Según el Proyecto sobre Cognición Cultural de la Universidad de Yale, por ejemplo, la «cosmovisión cultural» de una persona (es decir, lo que el resto de nosotros entenderíamos como su inclinación política o su perspectiva ideológica) es un factor explicativo de «las opiniones del individuo acerca del calentamiento global más importante que ninguna otra característica individual». Más importante, significa eso, más importante que la edad, la etnia, el nivel educativo o la afiliación a un partido. Los investigadores de Yale explican que la inmensa mayoría de las personas con cosmovisiones «igualitaristas» y «comunalistas» intensas (es decir, caracterizadas por la inclinación hacia la acción colectiva y la justicia social, por la preocupación por la desigualdad, y por la suspicacia ante el poder de la gran empresa privada) aceptan el consenso científico sobre el cambio climático. Por el contrario, la gran mayoría de quienes tienen visiones del mundo intensamente «jerárquicas» e «individualistas» (marcadas por la oposición a la ayuda del Estado a las personas pobres y a las minorías, por un apoyo fuerte a la empresa privada y por el convencimiento de que todos tenemos más o menos lo que nos merecemos) rechazan ese mismo consenso científico. Las pruebas de la fractura ideológica son apabullantes. Entre el sector de la población estadounidense que evidencia la perspectiva más «jerárquica», solo un 11% valora el cambio climático como un «riesgo elevado», cuando esa valoración la da un 69% de los encuestados situados en el sector de quienes propugnan un punto de vista más intensamente «igualitario». El profesor de derecho de Yale, Dan Kahan, principal autor de este estudio, atribuye la estrecha correlación entre cosmovisión y aceptación del consenso científico sobre el clima a un factor que él llama «cognición cultural»: el proceso mediante el que todos nosotros —con independencia de nuestras inclinaciones políticas— filtramos la información nueva protegiendo nuestra «visión preferida de la sociedad buena». Si la información nueva que recibimos parece confirmar esa visión, la aceptamos y la integramos con facilidad. Si supone una amenaza a nuestro sistema de creencias, entonces nuestro cerebro se pone de inmediato a trabajar para producir anticuerpos intelectuales destinados a repeler esa invasión que tan poco grata nos resulta. Kahan explicó en Nature que «a las personas les desconcierta creer que conductas que les parecen nobles sean, sin embargo, perjudiciales para la sociedad, y otras que consideran viles sean beneficiosas para el conjunto. Como aceptar tal idea podría introducir un elemento de distancia entre ellas y sus iguales, sienten una fuerte predisposición emocional a rechazarla». Es decir, que siempre es más fácil negar la realidad que permitir que se haga añicos nuestra visión del mundo, y ese diagnóstico es igual de aplicable a los más intransigentes estalinistas durante el momento de máximo apogeo de las purgas como a los actuales ultraliberales que niegan el cambio climático.
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