Cuando Friedrich Hayek, santo patrón de la Escuela de Chicago, regresó de una visita a Chile en 1981, estaba tan impresionado por Augusto Pinochet y los de Chicago que allí conoció que inmediatamente se sentó a escribir una carta a su amiga Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña. En ella la instaba a utilizar el país sudamericano como modelo para transformar la economía keynesiana británica. Thatcher y Pinochet acabarían compartiendo una sólida amistad, de la que trascendió la famosa visita de Thatcher al anciano general cuando éste se hallaba bajo arresto domiciliario en Inglaterra, acusado de genocidio, tortura y terrorismo. La primera ministra británica estaba sobradamente familiarizada con el que ella misma calificó de «extraordinario éxito de la economía chilena», que describió, además, como «un impactante ejemplo de reforma económica del que podemos extraer numerosas lecciones». Pero, pese a la admiración de Thatcher por Pinochet, cuando Hayek le sugirió por primera vez que emulara las políticas de terapia de shock que aquél había impuesto en Chile, la primera ministra no pareció quedarse, ni mucho menos, convencida. En febrero de 1982, Thatcher no se anduvo con rodeos para explicarle el problema a su gurú intelectual en una carta privada: «Estoy segura de que usted entenderá que, en Gran Bretaña, dadas nuestras instituciones democráticas y la necesidad que aquí existe de alcanzar un elevado nivel de consenso, algunas de las medidas adoptadas en Chile son del todo inaceptables. Nuestra reforma debe ser conforme a nuestras tradiciones y a nuestra Constitución, aunque, a veces, el proceso pueda parecer exasperantemente lento». 2 Su conclusión final era que, en una democracia como el Reino Unido, no era posible una terapia de shock del estilo de la preconizada por la Escuela de Chicago. Thatcher llevaba entonces tres años en el cargo -era su primera legislatura-y su popularidad se hundía en los sondeos, por lo que no estaba dispuesta a asegurarse una derrota en las siguientes elecciones haciendo algo tan radical o impopular como lo que Hayek le sugería.
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