El papado de Juan Pablo II tuvo momentos memorables por las buenas obras, pero carga con una mancha difícil de quitar.
A Juan Pablo II se le reconoce la caída del comunismo, inspirar a una nueva generación de católicos y haber explicado la enseñanza eclesiástica en temas polémicos.
Sin embargo, el escándalo de abusos sexuales realizados por Macial Maciel, sigue siendo una mancha en su legado.
Juan Pablo II y sus colaboradores más cercanos no asumieron la gravedad del problema de los abusos hasta casi el final de su papado de 26 años, a pesar de que desde la década de 1980, los obispos de Estados Unidos pedían a la Santa Sede una forma más rápida de lidiar con los curas pederastas.
Para 1948, siete años después de que Maciel fundó la orden, la Santa Sede tuvo documentos de enviados vaticanos y obispos en México y España que cuestionaban la legitimidad de la orden de Maciel, subrayando la cuestionable fundación legal de su orden y alertando sobre su comportamiento “totalitario” y las violaciones espirituales a sus jóvenes seminaristas.
Los documentos muestran que la Santa Sede estaba bien enterada del abuso de drogas por parte de Maciel, de sus abusos sexuales y las irregularidades financieras desde 1956, cuando ordenó una investigación inicial y lo suspendió dos años para curarse de una adicción a la heroína.
Juan Pablo II, que en 1994 dijo que Maciel era “una eficaz guía para los jóvenes”, no estaba solo en su ingenuidad.
El papa Francisco ha heredado el fracaso más notorio de Juan Pablo II en el tema del abuso sexual: la orden de los Legionarios de Cristo, que el papa polaco y sus principales colaboradores pusieron como modelo.
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