Occidente y Palestina: la hipocresía en primera fila
Camarada,
mira esto: durante décadas, Occidente aplaudía a Israel como si fuera
el alumno modelo de la geopolítica. No importaba cuántas ciudades
palestinas fueran bombardeadas, no importaba cuántos niños murieran en
Gaza. Mientras los contratos militares se firmaran, mientras el gas y el
petróleo siguieran fluyendo por las rutas seguras, la “democracia” y la
“seguridad” de Israel eran una especie de mantra sagrado.
Pero
ahora… ahora algunos países “se despiertan” y condenan los ataques.
¿Por qué? No porque les haya caído un rayo moral en la cabeza, camarada.
Es porque las imágenes de civiles muertos, mujeres y niños, circulan
como si fueran anuncios en la tele de medianoche. Porque la presión
interna de la población, que ya no traga con discursos de héroes y
villanos al estilo Hollywood, los obliga a decir algo. Porque estar
callado ya les quema en redes, en parlamentos y en la ONU.
Occidente
siempre ha manejado este conflicto como un juego de ajedrez: Israel es
la ficha clave, pero si la gente empieza a gritar que es un genocidio,
entonces es hora de mover otra ficha, de poner una cara seria, de
condenar “con preocupación” y “urgir a la calma”. Hipocresía en su
máxima expresión: apoyar en privado, condenar en público.
Y
lo más cruel, camarada, es que esta estrategia funciona: se crean
comités, se hacen declaraciones, se envían ayudas simbólicas, y la
maquinaria sigue su curso. Israel sigue recibiendo armas, tecnología y
respaldo estratégico, mientras la narrativa cambia solo lo suficiente
para que Occidente no pierda su “imagen humanitaria”.
Al
final, lo que vemos hoy no es una epifanía moral, es la matemática del
poder: cuánto puedo condenar sin perder mis intereses. Nada de ética
pura. Todo calculado, todo estratégico. Y mientras tanto, los palestinos
siguen siendo la variable de ajuste, los números en un tablero que
nadie quiere mirar de frente.
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