sábado, 27 de septiembre de 2025

 Occidente y Palestina: la hipocresía en primera fila


Camarada, mira esto: durante décadas, Occidente aplaudía a Israel como si fuera el alumno modelo de la geopolítica. No importaba cuántas ciudades palestinas fueran bombardeadas, no importaba cuántos niños murieran en Gaza. Mientras los contratos militares se firmaran, mientras el gas y el petróleo siguieran fluyendo por las rutas seguras, la “democracia” y la “seguridad” de Israel eran una especie de mantra sagrado.

Pero ahora… ahora algunos países “se despiertan” y condenan los ataques. ¿Por qué? No porque les haya caído un rayo moral en la cabeza, camarada. Es porque las imágenes de civiles muertos, mujeres y niños, circulan como si fueran anuncios en la tele de medianoche. Porque la presión interna de la población, que ya no traga con discursos de héroes y villanos al estilo Hollywood, los obliga a decir algo. Porque estar callado ya les quema en redes, en parlamentos y en la ONU.

Occidente siempre ha manejado este conflicto como un juego de ajedrez: Israel es la ficha clave, pero si la gente empieza a gritar que es un genocidio, entonces es hora de mover otra ficha, de poner una cara seria, de condenar “con preocupación” y “urgir a la calma”. Hipocresía en su máxima expresión: apoyar en privado, condenar en público.

Y lo más cruel, camarada, es que esta estrategia funciona: se crean comités, se hacen declaraciones, se envían ayudas simbólicas, y la maquinaria sigue su curso. Israel sigue recibiendo armas, tecnología y respaldo estratégico, mientras la narrativa cambia solo lo suficiente para que Occidente no pierda su “imagen humanitaria”.

Al final, lo que vemos hoy no es una epifanía moral, es la matemática del poder: cuánto puedo condenar sin perder mis intereses. Nada de ética pura. Todo calculado, todo estratégico. Y mientras tanto, los palestinos siguen siendo la variable de ajuste, los números en un tablero que nadie quiere mirar de frente.

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