jueves, 30 de enero de 2025

 Gigantescas concentraciones están en curso entre los gigantes del teléfono, el cable, la informática, el video y el cine. Se suceden compras y fusiones, movilizando decenas de millares de millones de dólares; dentro de cinco años, apenas quedarán una decena de empresas en la palestra… Algunos sueñan con un mercado perfecto de la información y la comunicación, totalmente integrado gracias a las redes electrónicas y de satélites, sin fronteras, funcionando en tiempo real y en permanencia; lo imaginan construido sobre el modelo del mercado de capitales y flujos financieros ininterrumpidos…

    Para no estar distanciada —como le pasó al Sur en los años setenta, cuando la batalla (perdida) del Nuevo orden mundial de la información y la comunicación— Europa ha emprendido igualmente grandes maniobras. También aquí la lógica del gigantismo industrial puede más que cualquier otra consideración; se ha podido ver en Francia, el pasado mes de febrero, cuando ocurrió la toma de control hostil de Canal Plus.

    La prensa escrita no está a salvo de este huracán de ambiciones desencadenado por el desafío del multimedia. Muchos de los grandes periódicos pertenecen ya a los megagrupos de comunicación; así,

The Times,

de Londres, está controlado por News Corporation, del Sr. Rupert Murdoch, y

La Repubblica,

de Roma, por Olivetti, del Sr. Carlo Benedetti. Otros, tal como

The Independent,

de Londres, han sido recientemente objeto de ofensivas en regla. En Francia, los raros títulos que permanecen independientes de la prensa nacional, debilitados por la caída brutal de los ingresos por publicidad, ya no están a salvo de la codicia de los poderes financieros.

    Este nuevo

mecano

comunicacional y el regreso de los monopolios inquietan, y con razón, a los ciudadanos. Se acuerdan de las advertencias lanzadas no hace tanto tiempo por George Orwell y Aldous Huxley (de cuyo nacimiento se celebró el centenario en 1994) contra el falso progreso de un mundo administrado por un pensamiento único. Temen la posibilidad de un condicionamiento sutil de las mentalidades a escala planetaria. Dentro del esquema industrial que han concebido los patrones de las empresas del ocio, todos constatan que la información es ante todo considerada como una mercancía y que este carácter es, con mucho, más fuerte que la misión fundamental de los medios de comunicación: iluminar y enriquecer el debate democrático.

    Esto suscita en ciertos ciudadanos una sumisión sin límites, una indiferencia que algunos llaman consenso. Y en otros, un sentimiento cada vez más consciente y violento de que la acumulación de abusos, manipulaciones, y vigilancias, al servicio de los nuevos poderes, amenaza con corromper la democracia.

    A riesgo de negar los principios y prácticas democráticas, los nuevos amos del mundo multiplican de este modo, con la complicidad de los Estados, las medidas preventivas de vigilancia, en especial de las poblaciones marginadas cada vez más numerosas por la crisis.

    Las herramientas futuristas de información y comunicación sirven más para el condicionamiento y el cerco de los ciudadanos que para su emancipación. ¿Es esto tolerable? Si nadie controla a los guardianes del nuevo orden social, ¿qué peligros para la democracia?

    Ni el Sr. Ted Turner de CNN, ni el Sr. Rupert Murdoch de News Corporation Limited, ni el Sr. Bill Gates, de Microsoft, ni el Sr. Jeffrey Vinik, de Fidelity Investments, ni el Sr. Larry Rong, de China Trust & International Investment, ni el Sr. Robert Allen, de ATT, no más que el Sr. George Soros o decenas de otros nuevos amos del mundo, han sometido nunca sus proyectos a sufragio universal. La democracia no es para ellos. Se consideran por encima de estas interminables discusiones en las que conceptos como el

bien público,

la

felicidad social,

la

libertad,

la

igualdad

y la

solidaridad,

tienen todavía sentido. No tienen tiempo que perder. Su dinero, sus productos y sus ideas atraviesan sin obstáculos, en la era de la globalización, las fronteras del mercado mundializado.

    A sus ojos, el poder político no es sino el tercer poder. Antes está el poder económico y luego el poder mediático. Y cuando se posee esos dos, como bien ha demostrado en Italia el Sr. Berlusconi, hacerse con el poder político no es más que una formalidad.

 Ignacio Ramonet Noam Chomsky

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