Según Jean Twenge, psicóloga de la Universidad Estatal de San Diego que ha llevado a cabo una detallada investigación sobre las actitudes de los adolescentes de hoy y del pasado, ha habido un brusco aumento en la autoestima desde los ochenta. La generación actual se considera más lista, más responsable y más atractiva que nunca. «Es una generación en la que a todos los chicos se les ha dicho: “Puedes ser lo que tú quieras. Eres especial”», explica Twenge. 29 Nos han criado con una dieta constante de narcisismo, pero, en cuanto nos sueltan en ese mundo maravilloso de las oportunidades ilimitadas, cada vez somos más los que nos estrellamos. Resulta que el mundo es frío y despiadado, saturado de competencia y desempleo. No es como Disneylandia, donde se puede formular un deseo y ver cómo tus sueños se hacen realidad, sino una carrera feroz donde, si no triunfas, el único culpable eres tú. No es de extrañar que el narcisismo oculte un mar de incertidumbre. Twenge también descubrió que en las últimas décadas nos hemos vuelto más temerosos. Después de comparar 269 estudios realizados entre 1952 y 1993, llegó a la conclusión de que, en promedio, los niños norteamericanos de principios de los noventa padecían más ansiedad que los pacientes psiquiátricos de principios de los cincuenta. 30 Según la Organización Mundial de la Salud, la depresión se ha convertido en el principal problema sanitario entre los adolescentes y llegará a ser la primera causa de enfermedad en todo el mundo en 2030. 31 Es un círculo vicioso. Nunca antes tantos jóvenes habían ido al psiquiatra. Jamás hubo tanta gente que abandonara su carrera profesional tan pronto. Y estamos tomando más antidepresivos que nunca. Una y otra vez, achacamos al individuo problemas colectivos como el desempleo, la insatisfacción y la depresión. Si el éxito es una elección, entonces también lo es el fracaso. ¿Has perdido el empleo? Tendrías que haber trabajado más. ¿Enfermo? Seguro que no llevabas un estilo de vida saludable. ¿Infeliz? Tómate una pastilla. En los años cincuenta, sólo el 12% de los jóvenes se identificaba con la afirmación: «Soy una persona muy especial.» Hoy lo hace el 80%, 32 cuando lo cierto es que cada vez somos todos más parecidos. Leemos los mismos bestsellers, vemos las mismas películas taquilleras y llevamos las mismas zapatillas deportivas. Si nuestros abuelos aún seguían los preceptos impuestos por la familia, la Iglesia y la nación, nosotros seguimos los dictados de los medios, el marketing y un Estado paternalista. No obstante, pese a ser cada vez más parecidos, hace mucho que superamos la época de los grandes colectivos. La pertenencia a iglesias, partidos políticos y sindicatos ha caído en picado y la tradicional línea divisoria entre derecha e izquierda tiene ya escaso significado. Lo único que nos preocupa es «resolver problemas», como si la política pudiera externalizarse a consultores de gestión. Por supuesto, hay quienes intentan revivir la antigua fe en el progreso. ¿A alguien le sorprende que el arquetipo cultural de mi generación sea el nerd, cuyos artilugios y aplicaciones simbolizan la esperanza de crecimiento económico? «Las mejores mentes de mi generación se dedican a pensar en cómo lograr que la gente haga clic en anuncios», se lamentaba recientemente un antiguo genio matemático de Facebook. 33 Para que no haya ningún malentendido: el capitalismo abrió las puertas a la tierra de la abundancia, pero el capitalismo por sí solo no puede sostenerla. El progreso se ha convertido en sinónimo de prosperidad económica, pero el siglo XXI nos enfrenta al reto de encontrar otras formas de impulsar nuestra calidad de vida. Y aun cuando en Occidente la gente joven se ha hecho adulta en una era de tecnocracia apolítica, tendremos que regresar otra vez a la política para encontrar una nueva utopía.
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