sábado, 27 de febrero de 2021

 El marxista radical Debord escribió La sociedad del espectáculo y fue uno de los principales instigadores de mayo del 68 francés. Su tesis era sencilla: el mundo en que vivimos no es real. El ca- pitalismo consumista fagocita todas las experiencias humanas auténticas, las transforma en un producto consumible y nos las revende a través de la publicidad y los medios de comunicación. Convierte todos los componentes de la vida humana en un «espectáculo» en sí mismo, es decir, un sistema de símbolos y representaciones gobernado por su propia lógica interna. «El espectáculo sufre tal grado de acumulación que se convierte en una imagen», escribió Debord. En otras palabras, vivimos en un mundo de ideología total en el que estamos totalmente alienados de nuestra naturaleza esencial. El espectáculo es un sueño que se ha hecho necesario, es «la pesadilla de la sociedad moderna, prisionera de sí misma, que finalmente expresa tan sólo su necesidad de dormir». En semejante mundo, la tradicional preocupación por la igualdad y la abolición de la sociedad de clases se queda pasada de moda. En la sociedad del espectáculo, el nuevo revolucionario debe buscar dos cosas: «la conciencia del deseo y el deseo de la conciencia». Es decir, debemos hallar formas de placer independientes de las necesidades que nos impone el sistema y debemos despertar de la pesadilla del «espectáculo». Como hace Neo, tenemos que elegir la píldora roja. En resumen, tratándose de rebeldía y activismo político, es inútil intentar cambiar los pequeños detalles del sistema. ¿Qué importa quién sea rico y quién sea pobre? ¿Qué importa quién tenga derecho al voto y quién no? ¿Qué importa quién tenga un mayor acceso a los empleos y las oportunidades? Todo ello es sólo una ilusión efimera. Y si los productos son sólo imágenes, ¿a quién le importa que unas personas tengan más y otras menos? Lo importante es reconocer que toda la cultura, toda la sociedad, es una pesadilla que debemos rechazar por completo. Evidentemente, esta idea tiene poco de original. Es una de las más antiguas de la civilización occidental. En La República, Platón comparaba nuestra vida terrenal con una cueva llena de prisioneros que, encadenados al suelo, sólo ven sombras reflejadas en la pared a la luz de una hoguera. Cuando uno de los prisioneros  escapa y sale a la superficie, descubre que el mundo en que había vivido era una pura ilusión. Regresa a la cueva para dar la buena nueva a sus compañeros, pero éstos siguen enzarzados en sus mezquinas discusiones. Desconcertado, al recién liberado le resulta difícil tomarse en serio todos estos tejemanejes "políticos». Siglos después, los primeros cristianos se valdrían de esta historia para explicar la crucifixión de Jesús. Antes de este suceso, se daba por hecho que la llegada del Mesías supondría la creación del reino de Dios en la Tierra. Como es de suponer, la muerte de Jesucristo acabó con estas expectativas. Por tanto, algunos de sus seguidores optaron por reinterpretar estos hechos como una señal de que el verdadero reino no debía de estar en este mundo,sino en el más allá. Mantenían que Jesucristo había resucitado para comunicar esta noticia, como el prisionero de Platón que regresaba a la cueva. Así que la idea de que vivimos en un mundo ilusorio no es nueva. Lo que sí cambia, sin embargo, es la mentalidad popular a la hora de afrontar este engaño. Platón no tenía ninguna duda de que liberarse implicaba décadas de estudio y reflexión filosófica. Para los cristianos era aún más difícil: sólo la muerte nos daba acceso al "verdadero» mundo ulterior. Sin embargo, Debord y los situacionistas opinaban que el velo de la ilusión se podía traspasar mucho más fácilmente. Bastaría con una ligera disonancia cognitiva, una señal de que algo no funcionaba en el mundo que nos rodea. Esto lo podía producir una obra de arte, un acto de protesta o incluso una prenda de ropa. Según Debord, "las alteraciones con el más bajo y efímero de los orígenes son las que finalmente han trastocado el orden del mundo». y precisamente de aquí surge la idea del bloqueo cultural. El activismo político tradicional es inútil. Equivale a intentar reformar las instituciones políticas incluidas en la trama de Matrix. ¿Qué sentido tendría? Lo que realmente tenemos que hacer es despertar a las personas, "desenchufarlas», liberarlas de la tiranía del espectáculo. Para lograrlo tenemos que producir una disonancia cognitiva. Mediante actos simbólicos de resistencia, debemos sugerir que en el mundo hay cosas que no funcionan.

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