Publicado el 17 Julio 2013
Escrito por Víctor M. Toledo
La
definición más sencilla de paranoia es la de una enfermedad mental que
hace que una persona desconfíe de las demás. De acuerdo con los
siquiatras, entre los factores desencadenantes de esta enfermedad se
encuentran los individuos que presentan un acusado narcisismo y que se
han visto expuestos a serias frustraciones, hallándose consecuentemente
dotados de una baja autoestima.
Más
allá del velo de racionalidad, autocontrol y seguridad que proyectan
los dirigentes estadunidenses y sus medios masivos de comunicación,
comenzando por el presidente Obama, una simple exploración de los actos
de espionaje masivo y global revela no sólo la existencia de una
paranoia de masas, sino la existencia de un Estado sicópata. El caldo de
cultivo de esta locura colectiva es por supuesto la misma sociedad
moderna, industrial, tecnocrática, basada en el individualismo, la
competencia y un sentimiento de superioridad nacional fincado en la idea
de que Dios está de nuestro lado, contraparte del mesianismo musulmán.
Si la paranoia es un término siquiátrico que describe un estado de salud
mental caracterizado por la presencia de delirios autoreferentes, la
distancia entre la ideología de buena parte de los dirigentes y sus
propios delirios resulta casi imperceptible.
Frente
a un miedo permanente alimentado por delirios, la respuesta igualmente
patológica es la del control, pues sólo controlando las fuerzas que
acechan desaparece el estado de inseguridad. A escala doméstica, como
bien se sabe, el control de las fuerzas externas se logra dotándose de
todo tipo de armamento. Un reporte del Congreso estadunidense reveló que
hacia 2009 existían unas 310 millones de armas de fuego en posesión de
los ciudadanos. Pero a nivel de Estado, la desconfianza en los demás
genera una reacción que llevada a su máxima expresión significa conocer
lo que piensan, deciden, planean y actúan los 7 mil millones de seres
humanos. Y para ello hay que espiarles. Surge entonces el Estado
paranoico que se asienta y echa mano de tres recursos fundamentales: el
científico, el económico y el tecnológico.
La
obsesión por conocerlo todo proviene de las entrañas de la ciencia
convencional, es decir, de la ciencia industrializada y al servicio del
capital. Pero igualmente está presente en los actos patológicos de la
vida cotidiana. Los maniáticos sexuales desde el Monstruo de Viena hasta
el Depredador de Cleveland, se dedicaron a controlar sus objetos del
deseo, mujeres jóvenes, encerrándolas por años. La obsesión científica
por lo absoluto se expresa por un afán de acumular información y de
coleccionar. Si el conocimiento es poder, la ciencia en su versión
anómala; busca conocer, clasificar, cuantificar y coleccionarlo todo
de manera obsesiva. Las computadoras de muchos centros de investigación
de Estados Unidos y Europa han trabajado por años para levantar
inventarios globales de plantas, animales, hongos, lenguas y
conocimientos. Algo similar sucede con los genes, los genomas y las
semillas, que se coleccionan y se congelan en gigantescos
refrigeradores, como es el caso del arroz, maíz y trigo. En cuanto a la
cuantificación, un grupo de economistas estadunidenses se propuso
calcular en dólares el valor de la naturaleza y lo lograron a pesar de su sinsentido.
Célebre fue también el proyecto Biosfera-2, un experimento de 200 millones de dólares para crear una segunda naturaleza
en el desierto de Arizona. El ecosistema artificial bajo control humano
fue diseñado por un grupo de científicos dentro de una gigantesca
burbuja. A pocos años de iniciado un detalle inesperado echó abajo el
proyecto.
El
control de la información ha seguido un rumbo no muy diferente. Además
de la CIA y del Pentágono, el gobierno estadunidense fundó en 1952 la
NSA (Agencia Nacional de Seguridad, por sus siglas en inglés), la cual
se ha convertido en el aparato más grande, caro y sofisticado del
espionaje mundial. Las principales instalaciones de la NSA, localizadas
cerca de Washington DC, integran un impresionante complejo tecnológico y
militar, permanentemente vigilado con paredes de cobre (para evitar la
fuga de señales electromagnéticas), vallas electrificadas, barreras
antitanques, sensores de movimiento y cientos de cámaras. La agencia
cuenta además con un megacentro en el desierto de Utah para almacenar
billones de bytes de información de todo el mundo en cuatro galpones que
albergan servidores y supercomputadores, un complejo que costó 2 mil
millones de dólares.
Manejadas
por unos 35 mil empleados, principalmente matemáticos, ingenieros y
computólogos, miles de minis y decenas de gigantescas computadoras
trabajan día y noche para recibir, coleccionar, clasificar, procesar y
analizar, millones de datos captados en todo el mundo, incluyendo los de
usted estimado lector y éste mismo artículo que ahora lee. El flujo
reportado es alucinante: la NSA intercepta diariamente unos mil 700
millones de conversaciones telefónicas, correos electrónicos y de
comunicaciones similares. Emplean traductores, ingenieros, analistas,
diseñadores, expertos en criptología, pero también hackers que
trabajan en unidades de guerra cibernética y penetran los sistemas
informáticos para robar información. La paranoia combinada con el
racionalismo encarna eso: la razón vuelta locura; Estados Unidos
convertido en una ciber-dictadura.
¿Estamos sanos? Con esa pregunta inicia Erich Fromm una de sus obras capitales, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea
(1955), una radiografía de la sociedad estadunidense. Medio siglo
después, la pregunta no sólo es actual, sino notablemente necesaria.
Como lo hemos señalado en otros sitios, cada vez más el destino del
mundo estará en manos del mono pensante ( Homo sapiens) o del mono demente ( Homo demens).
Este dilema se volverá fundamental conforme avance el riesgo ecológico y
la especie humana se enfrente a desafíos inconmensurables o
irreversibles. Hoy, Edward Snowden representa la cordura, la defensa de
los derechos universales, la libertad de desobedecer y la dignidad
humana, frente a una sociedad que se mueve hacia una dictadura de nuevo
cuño, conforme la paranoia va tomando más y más las vidas de sus
dirigentes. Se trata, en fin, de una batalla crucial entre la sensatez y
la patología de la normalidad: Snowden, y la porción cuerda de la especie, contra el imperio paranoico.
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