/Segunda parte
El rey de la madera de Wisconsin acostumbraba amontonar y vender políticos en la misma forma que amontonaba y vendía leña.
Compañía de Ladrones Unidos… Es un monopolio… Están trabajando para una pandilla de ladrones.
No seas como el perro del cuento. No muerdas las manos del amo.
El aire que respiraba en los salones del comité, en las cámaras legislativas, el olor a suciedad de los políticos
John Dos Passos
Dice John Dos Passos en su novela La primera catástrofe (1919): “Un orador hablando desde la Cámara de una república perdida que nunca había existido”.
Nostálgico del sistema
presidencialista fuerte, omnímodo, desde la máxima tribuna de la llamada
república, un orador evoca la rehabilitación de la potestad rectora del
Estado perdida durante la pesadilla teocrática panista, abyectamente
entregada al vasallaje y la rapiña de los grupos de poder internos y
externos, en particular de los oligárquicos, a cambio de su fallido
respaldo para tratar de mantenerse en el gobierno, cuidándose, desde
luego, de señalar que su debilitamiento no fue iniciado por los
panistas. Ellos sólo continuaron el proceso de socavamiento iniciado por
la triada priísta gobernante antecesora, en especial por el socialmente
despreciable Carlos Salinas de Gortari, cuya tenebrosa sombra se
proyecta sobre Enrique Peña Nieto. En justicia, empero, debe añadirse,
que alternándose, priístas y panistas actuaron e intervienen al alimón.
El tribuno restaurador y sus pactistas
invocan la Constitución y tallan su articulado en sus propuestas de
reformas estructurales neoliberales: el 25 (el Estado planeará,
conducirá, coordinará, orientará y fomentará la actividad económica); el
27 (corresponde a la nación el dominio directo del espacio situado
sobre el territorio nacional en la extensión y términos que fije el
derecho internacional; dicho dominio es inalienable e imprescriptible y
la explotación y el aprovechamiento de los bienes de la nación sólo
podrán realizarse mediante concesiones otorgadas por el Ejecutivo, según
las leyes establecidas); el 28 (en caso de interés general, el Estado,
sujetándose a las leyes, podrá concesionar la prestación de servicios
públicos o la explotación, uso y aprovechamiento de bienes de dominio de
la federación); o el 134 (los recursos económicos del Estado deberán
ser administrados con eficiencia, eficacia, economía, transparencia y
honradez).
En el caso de las telecomunicaciones,
además, se invocó el artículo 4 de la ley en la materia: “la radio y la
televisión constituyen una actividad de interés público, por lo tanto,
el Estado deberá protegerla y vigilarla para el debido cumplimiento de
su función social”.
Los alegres pactistas festejaban anticipadamente su curiosa democratización del sector y el tañer de las campanas que supuestamente doblarán a duelo por la muerte
de los monopolios de Televisa, Tv Azteca y Telmex, al aprobar una ley
que aún mantendrá su hegemonía oligopólica, y cuyo ocaso en el tiempo es
incierto. Que en el mejor de los casos, sólo atemperaría su
omnipotencia, dada las llamadas “barreras a la entrada” (restricciones
que enfrenta toda empresa al ingresar, adaptarse y competir en un sector
productivo y un mercado monopolizados: montos de inversión; escala y
costos de producción, laborales, administrativos y de venta; tipos de
productos; canales de distribución y gastos para captar clientes, entre
otras). Que mejorará la calidad de la televisión a través de la
competencia “democratizadora” y desnacionalizadora de dos cadenas
oligopólicas más que disputarán rabiosamente el control de la industria y
el mercado como lo hacen Televisa y Tv Azteca en contra de Telmex y
demás corporaciones, y perpetuará la marginalidad de la pública y las
sociales que puedan construirse.
Pero como agrega Dos Passos, “el
porvenir de la democracia reformada, pintado con todos los colores del
arcoíris, reventó como una pompa de jabón con un alfilerazo”.
“El encanto se había quebrado”. Acabó con “la ilusión del poder” (ibíd).
En un juego de lactantes, un simple pinchazo oligárquico hizo estallar la pompa del glamoroso encanto. Un discreto manotazo en la mesa
evidenció dónde está el poder económico-político, el cual obligó a la
casta política a someterse apresuradamente a las exigencias del Dominus y retrasar el inicio de la última fase del proceso de transición de las transmisiones analógicas a las digitales.
Fue suficiente que Emilio Azcárraga Jean enseñara sus ofídicos colmillos. Ordenara a su fámulo Javier Tejado Dondé, vicepresidente de Televisa, colocar un inocente
cintillo en las pantallas locales de sus empresas (Gala Tv, los canales
5, 12 y de las Estrellas), parte del cual remitía al “ayuntamiento de
Tijuana” a los afectados por el “apagón” de la televisión
analógica, aun cuando sabía que en ese lugar nada se resolvería porque
nada tenía que ver en el asunto, y que se generaría un irrelevante
tumulto artificial, el cual amplificaron mediáticamente en su
beneficios. Y soltara su jauría: Alejandro Puente, presidente de
los cableros, que calificó el “apagón” como “desastre analógico”, o
Federico J González Luna, asesor de los cableros y telediputado
de la Comisión de Radio y Televisión, y sus hordas de desinformadores,
para que descalificaran el proceso y lincharan a los burócratas de la
Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel), en especial a su
presidente Mony de Swaan, en nombre del nebuloso “interés público”, de los miserables “jodidos” que quedarían marginados de la digitalización, su telebasura o los viscerales lavados de cerebro de los Loret de Mola, López Dóriga, Gómez Leyva y demás fauna.
La petición de la cabeza del indefendible De Swaan, patiño del Herodes Juan Molinar, no es nueva. En 2012 otro palafrenero
de Azcárraga, Manlio Fabio Beltrones, ya la exigía, luego de su
fracasado intento por imponer en el Congreso la llamada “ley Televisa”.
Beltrones acusaba al panismo de “capturar” transexenalmente a la Cofetel
con De Swaan. Lo mismo dijo Luis Téllez cuando Héctor Osuna, el
empleado de los cableros, ocupaba ese puesto. ¿Se desgarrarán las vestiduras ahora que Peña hará lo mismo con el Instituto Federal de Telecomunicaciones?
Su propósito apenas ocultado era descarrilar la tersa transición a la era de la televisión digital y no dudaron en manipular siniestramente a “esa clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida”,
según se refería con desprecio Emilio Azcárraga Milmo, y que
consideraba que “para la televisión es una obligación llevar diversión a
esa gente y sacarla de su triste realidad y de su futuro difícil”. El
objetivo es obvio: retrasar lo más que se pueda los cambios –¿por qué no
incluso pensar en su aborto?– para evitar la competencia y mantener los
privilegios monopólicos de Televisa o Tv Azteca, la fuente de sus
ganancias y su poder político.
Fue un movimiento desestabilizador, conspirativo en toda regla, en el cual son versados.
Y el Ejecutivo y el Legislativo, ipso facto, cedieron a la presión y el chantaje.
¿Dónde quedó la dignidad del supuesto poder político arbitralmente restaurado y la rectoría estatal?
Sin embargo, no deja de llamar la
atención, primero, la ausencia de Gerardo Ruiz Esparza, titular de la
Secretaría de Comunicaciones y Transportes, a la ceremonia del apagón organizado con pompa
y circunstancia por la Cofetel; y después, lerdos en los casos, Andrés
Granier, la guardería ABC o de los desaparecidos, por ejemplo, el
inmediato reculón, en cascada, de Peña Nieto, Ruiz, Lorenzo Córdova –al
cabo, el padre, respetado militante de izquierda, no es responsable si
falló la doctrina o la ética–, o Marco A Baños y Benito Nacif, del
Comité de Radio y Televisión del Instituto Federal Electoral, a quienes
les tocó asumir el papel de bufones, encargados de construir el cómico argumento para justificar la postergación de la desconexión hasta después de las elecciones locales.
Todo funcionó como si se siguiera un guión previamente escrito. Como si la decisión hubiera sido negociada previamente en las catacumbas y a Azcárraga se le encomendara la tarea de fabricar la risible coartada escenográfica.
¿Fue un montaje?
A menos que la debilidad de la elite política y la necesidad de los voluptuosos amores
oligárquicos (dinero electoral, promoción de imágenes, relaciones
públicas) de Azcárraga y Ricardo Salinas hayan sido razones más que
suficientes para obligarlos a doblar humillantemente la testuz.
¿O fríamente aceptaron el chantaje, en espera de cobrar venganza con el
ambiguo desmantelamiento de sus monopolios? La suspicacia se nutre.
La furia oligárquica radica en la
eventual reducción de sus ganancias netas en el futuro (10 mil millones
de pesos para Televisa en 2012; 2.3 mil millones para Tv Azteca).
Azcárraga y Salinas Pliego eran felices cuando la meta final de la
transición fue fijada en 2021, ya que les permitiría maximizar
monopólicamente la ordeña del sector, con la posibilidad de diferir más
adelante la fecha. Pero Felipe Calderón, que les dio todo lo que
querían, los irritó al decretar el término en 2015. Para colmo, la nueva
ley sectorial los obligará a compartir el pillaje con otros dos
consorcios.
La coartada fue digna de lisiados mentales.
Supuestamente se horrorizaron porque el 7 por ciento de la población
tijuanense estuvo a punto de quedar excluida del servicio digital, pese a
que se había aceptado el 90 por ciento como un nivel adecuado para
continuar con el proceso. Se les “olvidó” que, según el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía, el 5.7 por ciento de los hogares
del país no cuenta con un televisor. Que la misma Televisa, en su
informe de 2012 entregado a la Bolsa Mexicana de Valores, lo calcula en 9
por ciento del total (unos 27 millones). Que sólo el 29.7 por ciento
(8.3 millones) recibe el servicio de televisión restringida. Que apenas
el 13.2 por ciento cuenta con un televisor de pantalla plana que puede
recibir señales la transmisión digital. Que el porcentaje oscila en
19.5-26.2 por ciento en Baja California, Estado de México, Distrito
Federal y Nuevo León, y en 2.5-6.2 por ciento en Chiapas, Oaxaca,
Guerrero, Zacatecas, Tabasco, Tlaxcala y Durango. ¿Esos datos serán
suficientes para justificar la postergación indefinida? ¿Por qué no
propuso la manera de evitar que las elecciones interfieran en la
transición?
Los peñistas mantienen la generosidad
del sistema a sus hijos predilectos. Por ejemplo, a Televisa, quien sólo
pagó 343 millones de pesos de los 3 mil 334 millones que adeudaba al
fisco por concepto de créditos fiscales. También toleran que su filial
Cablemás excluya de su programación a la televisora del gobierno del
estado de Guerrero, según denunció el comunicólogo Gabriel Sosa Plata.
Que Megacable, de la familia Bours, hiciera lo mismo con más de una
decena de canales estatales en diferentes entidades de la República. Que
exista una lista negra de televisoras estatales, públicas y
universitarias, las cuales han sido expulsadas de unos 80 sistemas de
televisión por cable (Tv UNAM, Once Tv, Televisión Mexiquense, Telemax
de Sonora, Telemichoacán, Canal 10 del Sistema Chiapaneco de Radio y
Televisión, Canal 9 de la Corporación Oaxaqueña de Radio y Televisión,
entre otras).
El escándalo de Tijuana fue una farsa. Un espectáculo hechizo,
típico de la adulteración de la realidad ejercida por los medios.
Recuérdese el papel de las televisoras privadas en Venezuela. Para
ellas, primero, no existió el fallido golpe de Estado en contra de Hugo
Chávez, en el cual participaron activamente. Luego falsearon las
imágenes para endosar a los chavistas los asesinatos cometidos por los
golpistas y, finalmente, abrieron sus pantallas e intentaron asaltar el
Estado. O la actual estrategia de desestabilización que realizan en
contra de la presidenta Cristina Fernández, en Argentina, quien, a
diferencia de México, avanza en el desmantelamiento de los monopolios de
las telecomunicaciones y en su democratización, al conceder un tercio
del sector al Estado y otro a la sociedad.
El hecho rememora a Jean Baudrillard y
su trabajo La guerra del Golfo no ha tenido lugar. Según Baudrillard,
el poder político-económico ha creado lo que llama un “espacio
hiperreal”: las estrategias de simulación determinan la actual condición
del mundo social y político, en la que los hechos, como si ocurrieran
en un territorio casi fantasmal, mediatizado por los medios, se
comportan como simulacros y acaban siendo vividos como simple
espectáculo, donde la sociedad, manipulada por los medios de
comunicación, es incapaz de distinguir la realidad de la fantasía. La
razón es bloqueada y blanqueada por la forma en que los medios cubren la
realidad, a la que vacían de contenido, o la modelan de acuerdo con los
intereses del estatu quo. La noticia se hace omnímoda y opaca al mismo tiempo.
*Economista
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