Publicado el 28 Mayo 2013
Escrito por Juan Pablo Cárdenas S.
Los estudios realizados
al respecto demuestran que algunos candidatos ya han consolidado su
propia caja electoral, así como otros, en cada evento, se obligan a
pasar el platillo a ese conjunto de aportadores o, más bien, apostadores
de la política. En este sentido, erigirse como candidato independiente
dificulta mucho la recaudación, a no ser que se tenga un peculio propio o
se agencie un círculo de amigos poderosos.
Aunque
algo se ha avanzado en cuanto a transparentar los recursos de campaña,
lo cierto es que, hasta ahora, ha sido imposible sincerar el gasto
electoral efectivo, cuanto el origen de todos los aportes que se hacen.
Más allá de que existe un “tiempo electoral” para solicitar y recibir
contribuciones, ya se ve que al menos diputados, senadores y alcaldes
pueden recibir dádivas todo el tiempo, siempre y cuando éstos se
demuestren dóciles a legislar o adoptar resoluciones edilicias en favor
de los grupos de influencia. El Servicio Electoral, ciertamente, carece
de los instrumentos legales y técnicos para supervisar constantemente a
la política. Por lo que muchos piensan que es justamente en dicha
precariedad económica donde radica la trampa impuesta por la clase
política para burlar las disposiciones y repetirse el plato una y otra
vez en los altos cargos del Estado.
Se
calcula que más del 43 por ciento de todos los aportes a las
competencias electorales son ofrecidas por la clase patronal en nuestro
país. Desde luego, ha trascendido que los directorios de las empresas ya
definieron erogar este año entre 100 y 150 millones cada uno a favor
de los candidatos que postulen en noviembre próximo al Congreso
Nacional, así como una cifra más interesante todavía en el caso de las
presidenciales. De esta forma se podrá igualar o superar ese monto de
casi 15 mil millones de pesos que aportó “la iniciativa privada” a los
comicios de hace 4 años.
No
podemos dar crédito a la candidez de algunos analistas que afirman que
estas contribuciones no ponen en entredicho a los candidatos ni logran
influir sus decisiones una vez que resulten elegidos. Pero es un secreto
a voces que empresarios nacionales y extranjeros tienen forma de hacer
otros depósitos en favor de sus candidatos regalones e, incluso,
transferirles al extranjero buenas sumas de dinero, particularmente a
aquellos “paraísos fiscales” en que se han descubierto abultadas
cuentas de algunos connotados políticos. A nueve meses de las
próximas elecciones, Santiago y regiones ya lucen desplegados callejeros
millonarios, así como es posible comprobar toda suerte de obsequios a
repartir en los “puerta a puerta” que se prodigan en esta época para
capturar el voto de los más pobres. Quienes incluso descubren en estos
actos proselitistas la posibilidad de ponerse al día con las cuentas de
luz, agua y gas…
Del
erario nacional se destinan, también, muchos pesos para cubrir los
gastos de propaganda. Estos recursos se recaudan, por lo general,
después de los comicios según la cantidad de votos obtenidos por cada
postulante y partido. En ello, radicaría la pertinaz voluntad de algunos
partidos pequeños de mantener entidades que a lo más alcanzan el uno o
dos por ciento de los votos, confiados en que estos giros fiscales
puedan aceitar el trabajo y el sueldo de quienes dirigen estas
colectividades poco menos que fantasmas. Mal que mal, de algo les sirve
esos 400 pesos por voto que le cobran al Estado ganen o pierdan las
elecciones. Se sabe que una de las dificultades más severas a la unidad
de esa atomizada izquierda extraparlamentaria se explica, más que en
diferencias ideológicas, en el interés por obtener una tajada más grande
de esta torta, así como o pegarle el “sablazo” a gobiernos, partidos y
movimientos del exterior. Compruebe usted cómo hasta los más modestos
dirigentes se las arreglan para salir al extranjero y recurrir a la
solidaridad internacional, cuyos montos nunca ingresan a la contabilidad
de sus candidatos.
Como
decía un viejo y emblemático caudillo mexicano “un político pobre es un
pobre político”. Pero lo más terrible de todo esto es que haya
ciudadanos que todavía se tomen tan a pecho las elecciones y crean que
las diferencias que marcan los distintos postulantes son realmente
sinceras o genuinas. Cuando todos, al final, deben estirarle la mano al
papá empresario, al tío fisco y al padrino foráneo para poder servir a
su “vocación de servicio público”. Salvo aquellas honrosas excepciones.
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