La criminalización del parado como sospechoso de holgazanería cala en el discurso político. Con
ese relato, los poderes buscan justificar el abandono a su suerte del
más desfavorecido y neutralizar cualquier resistencia a las medidas de
ajuste.
Si es pobre,
por algo será. Si le van mal las cosas, es que no se ha esforzado
suficiente. Como una lluvia fina, el pensamiento que culpabiliza al
pobre por ser pobre y al parado por no encontrar trabajova
calando en el discurso político. Es en realidad el reverso del ideario
del liberalismo económico, que entroniza la figura del emprendedor como
modelo social y sitúa la competitividad como motor de cualquier
progreso. En fase de bonanza económica, especialmente si está basada en
dinámicas especulativas, este ideario tiene una gran aceptación social
porque siempre hay historias de éxito fulgurante que mostrar. Pero en
tiempos de crisis, puede volverse fácilmente contra los pobres y los
parados, a los que se presenta como sospechosos de holgazanería y
culpables de haber malbaratado sus oportunidades.
Aunque pocas
veces se expresa abiertamente, el desprecio por quienes necesitan
ayudas públicas acaba aflorando. A veces de forma inoportuna, como le ha
ocurrido al candidato republicano Mitt Romney.Sugerir que casi la mitad de los norteamericanos son parásitos socialesha
arruinado su carrera a la presidencia de Estados Unidos. Otras, de
forma estridente, como cuando la diputada Andrea Fabra lanzó en el
Congreso de los Diputados aquel burdo “que se jodan” en
el momento en que se debatía recortar prestaciones a los parados. Y a
veces sibilinamente, como cuando el diputado Josep Antoni Duran i Lleida
afirmó que mientras los payeses catalanes lo pasan mal, en otras partes
de España “hay campesinos que pueden quedarse en el bar de la plazay continúan cobrando”.
Estas
palabras no son inocentes. “El relato que se hace de lo que ocurre es
determinante porque contribuye a construir el marco conceptual que
servirá de referencia a la hora de valorar lo que ocurre”, explica
Montserrat Ribas, profesora de la Universidad Pompeu Fabra y
coordinadora del grupo de investigación sobre Estudios del Discurso. Si
en ese relato se introduce la idea de que los parados y los pobres son
parásitos, es presumible que cuando se decidan recortes en las
prestaciones, estos no encuentren resistencia entre quienes no sufren
esa situación.
El sociolingüista George Lakoff, autor del libro No pienses en un elefante, ha
definido el papel de estos marcos conceptuales en la conformación de la
opinión pública. Cuando la ideología conservadora, afirma Lakoff,
utiliza por ejemplo la expresión “hay que aliviar la carga impositiva”,
el marco conceptual en el que se inscribe implica una visión de los
impuestos como algo que aprieta, que oprime a la sociedad. Del mismo
modo, cuando Mitt Romney se refiere a “ese 47% de la población
norteamericana que no paga impuestos y depende de las Ayudas del
Estado”, que se siente “víctima” y se “cree con derecho a recibir
atención médica, comida o vivienda”, está diciendo que ni es víctima ni
tiene derecho a esas ayudas. Esa idea forma parte de un marco ideológico
según el cual, cada uno ha de espabilarse y si alguien es pobre o
fracasa, es por su culpa. Algo habrá hecho mal. En este marco
conceptual, los poderes se sienten legitimados para abandonar a su
suerte a los desfavorecidos.
Todo
discurso político tiene un marco conceptual de referencia. También el de
la crisis. Montserrat Ribas ha observado que el relato que se hace de
la crisis está orientado a neutralizar cualquier resistencia a las
medidas que se aplican. “El relato hegemónico presenta la crisis como
una catástrofe natural, que ha ocurrido por una serie de fuerzas que no
podemos controlar y que tiene consecuencias graves para todos. Como en
las catástrofes, hay que resignarse, aceptar los sacrificios y colaborar
para salir de ella”.
Con este
enfoque, la crisis no tiene responsables, ni se considera importante
determinar cómo se reparten sus cargas. Una vez instaurado este
discurso, quienes cuestionan las políticas de ajuste y se resisten a los
sacrificios son malos ciudadanos, como sugirió Rajoy en Nueva York al
ensalzar “a la mayoría de españoles que no se manifiesta, que no sale en las portadas de prensa”, en referencia a las protestas de la plaza de Neptuno de Madrid.
Montserrat
Ribas invita a imaginar qué ocurriría si en lugar del “relato de la
catástrofe” se impusiera “el relato de la estafa”. Estaríamos buscando a
los responsables de lo ocurrido, les estaríamos exigiendo
responsabilidades políticas y penales, y exigiríamos cambios radicales
en la regulación del sistema financiero para evitar que vuelva a
repetirse. “En este relato, el papel del ciudadano es totalmente
diferente. No es de pasividad y resignación, sino de exigencia y
reforma”, señala.
Y aún hay un
tercer relato posible: el de la crisis como “golpe de Estado del
capitalismo”. En este relato, la recesión es utilizada para limitar la
democracia e imponer un sistema autoritario que permita someter a toda
la población a los dictados del poder económico, en beneficio de este.
De momento,
el relato de la crisis como estafa pugna por abrirse paso desde la plaza
de Neptuno de Madrid y desde los foros sociales abiertos al calor del
movimiento del 15-M. Pero en el discurso oficial el que predomina es el
de la crisis como catástrofe.
La
culpabilización de las víctimas aparece, en este contexto, como un
mecanismo de legitimación de los recortes sociales. En la presentación
del plan Prepara, la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, insistió en que
se iban a aplicar medidas contra los parados que no quisieran aceptar un trabajo, como
si los parados españoles recibieran muchas ofertas de empleo. Báñez
justificó los nuevos criterios de concesión de la ayuda de 430 euros en
la necesidad de hacerla más equitativa y evitar abusos. Para
justificarlo, declaró sentirse “insultada” al saber que había “hogares
que ingresan 8.000 euros, en los que un niñato recibe una paga de 400
por no hacer nada”. De entrada, hogares en los que entran 8.000 euros al
mes no hay tantos como para ponerlos como paradigma, pero lo que en
realidad la ministra encubría con esta retórica era un drástico recorte
en las ayudas, que a partir de ahora solo podrán cobrar quienes estén
prácticamente al borde de la indigencia.
La
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría anunció también que los
parados que reciben una prestación podrán ser requeridos para realizartrabajos comunitarios, como
limpiar bosques, y que si se niegan, se les podrá retirar el subsidio.
“En realidad, anunciaba algo que ya existe. Los trabajos de colaboración
social están regulados desde 1994. Entre 4.000 y 6.000 parados realizan
este tipo de colaboraciones y si no hay más es porque las
Administraciones deben aportar la diferencia hasta el salario mínimo
interprofesional, y no tienen dinero”, explica Paloma López, secretaria
de Empleo de CC OO. “Es
curioso que cuando la pobreza ha escalado dos puntos en un año y hay
1.737.000 hogares en los que todos sus miembros están en el paro, se
insista tanto en la idea de que los desempleados no hacen suficiente
esfuerzo para poder trabajar”, añade. “Con este discurso, las víctimas
de la crisis se encuentran doblemente penalizadas: además de perder su
empleo, son sospechosos de querer vivir a costa de los demás”.
Ignasi Carreras, director del Instituto de Innovación Social de Esade,subraya
que la crisis ha aumentado la pobreza, pero muchos de los actuales
pobres ya estaban en situación de exclusión social antes de que
estallara. En la fase de máximo crecimiento España seguía teniendo un
paro estructural del 8%. “En 2007, el 18% de la población se encontraba
bajo el umbral de la pobreza. Ahora ese porcentaje es del 22% y lo que
ha ocurrido es que quienes ya eran pobres, están mucho peor”. Durante la
crisis han aumentado las diferencias sociales. “En 2007, la diferencia
del PIB per cápita medio del 20% de los más ricos era 5,3 veces mayor
que el del 20% más pobre; ahora es 6,9 veces mayor”, señala Carreras.
Hay pues más
pobres que además están peor y tienen menos posibilidades de salir del
agujero. Porque justo cuando más se necesitan, la crisis está
erosionando también las políticas de inserción social. Así lo confirma
Nacho Sequeira, director de la Fundación Exit,una
entidad creada en Barcelona para facilitar la inserción laboral de
jóvenes de 16 a 21 años con un perfil de fracaso escolar. “Los alumnos
con mayores dificultades pueden salir adelante si tienen un
acompañamiento adecuado. Pero en un momento en que hay índices de paro
tan alto, las empresas demandan un tipo de trabajador que coincide con
el perfil considerado de éxito. Los jóvenes menos formados o que
necesitan un proceso de preparación más largo, tienen ahora menos
posibilidades”, señala. “Se está desmontando el discurso de la promoción
social”, corrobora Isidro Rodríguez, director de la Fundación Secretariado Gitano. “Ver que hay gente de clase media que tiene que acudir a Cáritas o
a los comedores sociales causa mucha alarma. Todo el mundo teme
encontrarse en esa situación y acepta con naturalidad que se destinen
los recursos a los casos extremos. Se está instaurando un discurso de la
urgencia en el que, como todo está muy mal y hay que atender lo más
urgente, los programas de inserción social quedan relegados”.
La
consecuencia es bastante previsible: quienes están en esos programas
pasarán a engrosar en poco tiempo las listas de quienes tienen
necesidades perentorias y han de acudir a Cáritas. “La crisis puede
suponer una marcha atrás de varias décadas en las políticas de inserción
social”, advierte Isidro Rodríguez.
Esas
políticas no solo son necesarias, también son económicamente rentables.
Cuando en Francia se produjo la crisis de los campamentos gitanos, toda
Europa miró hacia España. En los últimos 30 años, las condiciones de
vida de los gitanos españoles han mejorado de forma espectacular. “El
éxito se debe a dos factores: nuestro tardío Estado de bienestar ha sido
inclusivo con los gitanos; han podido beneficiarse de políticas de
acceso a la vivienda, la educación y la salud. Pero además se han
aplicado programas específicos de acompañamiento educativo, de
realojamiento o de integración en el mercado laboral”, señala Isidro
Rodríguez. El resultado es que ahora todos los niños gitanos acaban al
menos la enseñanza primaria, y el objetivo ahora es que también terminen
la secundaria. Y si en 1978, el 75% de las familias gitanas estaban
instaladas en infraviviendas, en 2007 ese porcentaje se había reducido
al 12%. Y las que viven en chabolas, hasta el 4%. Estas cifras muestran
que la inserción es posible. Que ir al colegio y vivir en barrios
normalizados abre oportunidades y no solo ellos, sino todo el país sale
beneficiado. Los programas de acompañamiento permiten que el horizonte
de un joven gitano no sea ya la chatarra o el mercado ambulante.
Pero el
presupuesto de la fundación Secretariado Gitano para 2013, de 17
millones de euros, es un 20% inferior al de este año y se mantiene
gracias a que el 60% de sus fondos proceden de la Unión Europea. “Se
está aprovechando la crisis para deslegitimar este tipo de programas”,
dice su director.
Pero la
pobreza no solo se nutre de colectivos en riesgo de exclusión. Hay
también nuevos perfiles de pobres que viven su situación de precariedad
con una gran angustia pues son personas preparadas que forjaron sus
expectativas en los años de bonanza. ¿Quiénes son esos nuevos pobres?
Son aquellos para los que el ascensor social, en lugar de subir, está
bajando. El discurso oficial no los trata como tales, pero Montserrat
Ribas señala dos ejemplos: “Esos jóvenes profesores asociados de la
universidad que se han quedado sin trabajo por los recortes, o aquellos
que se han quedado cobrando 500 euros al mes. También podría incluirse a
muchos de los investigadores que trabajan en una plaza Ramón y Cajal”.
Estamos hablando de jóvenes científicos que han hecho una tesis doctoral
en el extranjero y hacen investigación de primera línea. No es que
fueran unos potentados de la ciencia, pero si a un sueldo de 1.100 euros
al mes se le recorta el 25%, lo que queda fácilmente cae por debajo de
los índices de pobreza. Estos talentos empobrecidos ven con estupor que
no hay dinero para la investigación, pero sí lo hay para rescatar a la
banca.
Se ha
repetido que para triunfar en la vida se ha de ser emprendedor, estar
muy preparado y ser competitivo. Pero, como apunta Ignasi Carreras, no
todo el mundo tiene un perfil emprendedor, no todo el mundo ha de hacer
un negocio y por muy activo que alguien sea, si cierran las empresas y
se destruye empleo, es muy difícil encontrar trabajo. En este contexto,
la idea de que solo los mejores saldrán adelante y de que quienes quedan
relegados es porque no valen o no se esfuerzan está teniendo efectos
psicológicos devastadores en los muchos jóvenes que se estrellan una y
otra vez contra la realidad de un mercado laboral en caída libre.
El mismo
marco conceptual que permite culpabilizar a los pobres y a los parados
es el que opera en los países del norte contra los del sur. El discurso
culpabilizador genera angustia, pero también insolidaridad. Y abre la
puerta a una nueva ignominia: la competencia feroz entre los mismos
pobres por los escasos recursos disponibles. “No quiero ser
apocalíptico, pero lo peor que nos puede ocurrir es que después de la
crisis económica venga la crisis social”, afirma Isidro Rodríguez. “Los
países que mejor resisten la crisis son aquellos que tienen un Estado de
bienestar más sólido y una sociedad civil fuerte y cohesionada. No
podemos pasar del Estado de bienestar al Estado de beneficencia”,
concluye Carreras.
Artículo de Milagros Pérez Oliva, visto en el Elpais.com
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