CRÍMENES POLÍTICOS
Por F. P. A.
Vestía
una camiseta con los escudos de las llamadas "siete provincias vascas" y
lucía un collar con la denominada "cruz de lauburu". Los investigadores
establecieron que se trataba de un crimen con connotaciones políticas.
Fue identificada como Yolanda González Martín, de 19 años.
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El crimen fue reivindicado desde Barcelona por un portavoz del
Batallón Vasco Español; mediante un original método: una cinta de télex
perforada. En ella los asesinos decían haberla matado por "una España
grande, libre y única", y la acusaban de formar parte de un grupo de
información de la organización terrorista ETA. En el comunicado se
precisaba que había sido "interrogada y ejecutada".
La muerte de Yolanda conmocionó a todo el país. La indignación por
este crimen provocó protestas y manifestaciones. Era una joven indefensa
cobardemente asesinada en la flor de la juventud. Vasca, militante
política, guapa y comprometida. Su trayectoria personal le había
granjeado el respeto de sus camaradas.
Contrariamente a lo que afirmaban sus asesinos, Yolanda no militaba
en ETA, sino en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
Procedente de las Juventudes Socialistas, Yolanda se había unido a los
que, desgajados del PSOE, habían pasado por la Liga Comunista
Revolucionaria (LCR) y, desde allí, fundado el PST. Era una socialista
trotskista que ni siquiera simpatizaba con ETA, pero sus asesinos no
entienden de diferencias ni hacen distingos. Para ellos, siendo vasca y
roja, tenía que ser de ETA. Cometieron un crimen con la misma crueldad
que la organización terrorista de la que abominaban.
Yolanda había nacido en la zona obrera de Deusto, a orillas del
Nervión. Su padre era un emigrante burgalés, de profesión soldador
metalúrgico, que no tenía militancia política concreta. Su casa estaba
en un viejo edificio cerca de la fábrica Ártica. Su expediente académico
estaba plagado de buenas calificaciones, con abundantes sobresalientes y
matrículas de honor. Fue una estudiante aplicada y trabajadora que
acabó el COU con una nota media excelente. Yolanda demostró una
inteligencia excepcional, y también una preocupación muy precoz por las
cuestiones sociales.
Entró en seguida en política, y lo hizo de forma metódica y
selectiva: recorrió varias sedes de partidos hasta que se sintió atraída
por el grupo de jóvenes de Izquierda Socialista unidos en torno al
periódico La Razón. De su activismo en su tierra natal le queda
un obsequio del que nunca se separará: el comité de empresa de una
fábrica le regaló una "cruz de lauburu" como agradecimiento a su
solidaridad. Era su joya más preciada.
A los 17 años conoció a su novio, Alejandro Avizcun, profesor no
numerario de una universidad de Madrid. Se encuentran durante las
primeras jornadas de Izquierda Socialista en el pueblo de San Martín de
Llémana (Gerona). Tras una breve estancia en Bilbao la pareja se
traslada a Madrid, donde se alojan en un piso de alquiler en la calle
Tembleque, del barrio de Aluche. Comparten la vivienda de tres
habitaciones con una compañera, María del Mar, recientemente separada.
Yolanda comienza a estudiar en el Centro de Formación Profesional
de Vallecas y participa en todas las movilizaciones estudiantiles, en
aquella época especialmente turbulenta en la que miles de jóvenes entre
los 14 y los 17 años experimentan la fuerte sensación de correr delante
de la policía.
Yolanda se gana fama de "roja" en el centro donde estudia; es
posible que de allí salgan las informaciones policiales que la
significan como cercana a ETA. Ajena al interés que despierta, forma
parte muy importante, como líder estudiantil, de la actividad de su
partido, que encabeza el movimiento protagonizado por los jóvenes. El 28
de enero de 1980 se produce una impresionante huelga de Enseñanza
Media. Sólo cuatro días más tarde, en el seno de una organización
ultraderechista que ya dispone de su nombre y dirección y que ha
estudiado cuidadosamente sus costumbres, se decreta su muerte.
Si el jefe superior de Policía de Madrid no hubiera sido Francisco
de Asís Pastor, quizá los asesinos no habrían sido detenidos con tanta
celeridad. Cuando los investigadores se encontraban al principio de sus
pesquisas, con el peligro cierto de que los autores nunca fueran
descubiertos y el crimen quedara impune, Pastor recibió la información
de que un policía nacional, Juan Carlos Rodas, que había sido "invitado"
a tomar parte en la muerte de Yolanda pero se había negado, acababa de
contar a su superior datos significativos acerca de los culpables.
A las once de la noche el 7 de febrero, sólo cinco días después de
que hubiera aparecido el cadáver, inspectores de la Brigada Regional de
Información detuvieron a Emilio Hellín Moro, de 32 años, ingeniero
electrónico y director de una escuela de electrónica en Madrid, como
principal asesino material. En el momento de la captura le fue
intervenido un revólver Magnum, y en su coche se encontraron diversas
armas, material explosivo y gran cantidad de munición.
De su declaración se dedujo la participación de Ignacio Abad
Velavásquez, de 19 años, soltero, estudiante de Químicas en la
Complutense. Los dos pertenecían a Fuerza Nueva y reconocieron ser
autores del hecho que se les imputó. Según la sentencia de la Audiencia
Nacional que les condenó a fuertes penas, conformaban (junto a José
Ricardo Prieto y Félix Pérez Ajero, también miembros de dicho partido y
también procesados) una banda armada, "al margen de la disciplina de
Fuerza Nueva", para la realización de actos violentos; la
denominaban "Grupo 41".
La sentencia estableció que Félix Pérez Ajero, José Ricardo Prieto y
Juan Carlos Rodas, el policía denunciante, llevaron a cabo una misión
de vigilancia en los alrededores del domicilio de Yolanda; fueron
condenados por allanamiento de morada y detención ilegal. Por los mismos
delitos fue condenado David Martínez Loza, jefe nacional de seguridad
de Fuerza Nueva, a quien se consideró, además, autor por inducción.
Pero nunca se despejaron las sospechas de que había quedado oculta
para siempre la parte más importante de la trama. El entonces diputado
socialista Juan Barranco aseguraba: "Este asunto se achaca en su
superficie a elementos de la extrema derecha, pero va más allá y se
relaciona con instituciones del Estado". Así las cosas, ¿cómo se cometió
el crimen?
La madrugada del 2 de febrero de 1980 Hellín Moro e Ignacio Abad,
situados desde hacía largo rato ante el domicilio de Yolanda, ven llegar
a la joven. Poco después suben al piso y consiguen, con engaños,
que aquélla les abra la puerta. Inmediatamente Abad la encañona, y
Hellín la cachea. "Vamos abajo".
Los tres suben al coche de Hellín, un Seat 124 con matrícula
M-6617-GC. En el vehículo dan vueltas durante más de una hora. Yolanda
trata de sacarles del error y demostrarles que no pertenece a ningún
comando etarra. Pero Hellín sigue teniendo fija en su mente la orden que
había aparecido en su sofisticado ordenador, junto a una partida de
compras para las Fuerzas de Seguridad. Su equipo informático está
conectado a una red secreta: "Comando informativo número 3 de ETA. Calle
Tembleque, 101. Ejecución". Se le escapa un "¡Roja de mierda!", que no
es la primera vez que escupe en la noche.
Yolanda fue interrogada, golpeada, torturada. Ante su resistencia,
un Hellín exasperado la saca del coche en el kilómetro 3 de la carretera
de Madrid a San Martín de Valdeiglesias: "¡Se acabó el paseo!".
Quizá durante un segundo Yolanda piensa que la tortura se ha acabado y
va a quedar libre. Pero es entonces cuando Hellín la dispara dos veces, a
bocajarro, en la cabeza con su pistola Walter P-38 de 9
milímetros. Cuando se derrumba en el suelo, el asesino ordena a su
compañero que le dé el tiro de gracia. Ignacio Abad dispara sobre la
joven una Star del 9 corto. Los dos pistoleros huyen en el coche a toda
velocidad.
La frialdad de los criminales fue castigada por el tribunal. Emilio
Hellín Moro recibió una condena por asesinato con alevosía y
nocturnidad de 30 años de cárcel; Ignacio Abad, de 26 años, ocho meses y
un día. No obstante, Hellín logró siete años después, en abril de 1987,
un permiso carcelario, concedido por el juez de Vigilancia
Penitenciaria José Donato Andrés Sanz. Lo aprovechó para huir a
Paraguay.
Pero cuando se creía a salvo y seguro fue localizado por el periodista de Interviú José Luis Morales. Gracias a ello fue extraditado y devuelto a prisión, donde continúa cumpliendo condena.
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